MALTRATEMOS A LOS POBRES de Charles Baudelaire


Este es el poema 49 de la recopilación «El aburrimiento angustioso de París», escrita por Charles Baudelaire[1] en 1869.
 
Durante quince días me recluí en la habitación, rodeado de los libros de moda entonces -hará dieciséis o diecisiete años-; quiero decir de los libros en que se trata del arte de hacer a los pueblos dichosos, buenos y ricos en veinticuatro horas[2]. Había, pues, digerido -es decir, tragado- todas las elucubraciones de esos contratistas de la felicidad pública de los que, aconsejan a todos los pobres que se hagan esclavos y de los que llegan a persuadirles de que todos son reyes destronados-. No habrá de causar sorpresa que estuviese yo entonces en una disposición de espíritu cercana del vértigo o de la estupidez.
 
Únicamente me había parecido que sentía, confinado en el fondo de mi intelecto, el germen obscuro de una idea superior a todas las fórmulas de buena mujer, cuyo diccionario había recorrido yo no hacía mucho. Pero no era más que la idea de una idea, algo infinitamente vago.
 
Y salí con una gran sed. Porque el gusto apasionado de las malas lecturas engendra una necesidad en proporción de aire libre y de refrescos.
 
A punto de entrar en la taberna, un mendigo me alargó el sombrero, con una de esas miradas inolvidables que derribarían tronos si el espíritu moviese la materia y, si los ojos de un magnetizador hiciesen madurar las uvas.
 
Al mismo tiempo oí una voz que me cuchicheaba al oído, una voz que reconocí perfectamente: era la de un ángel bueno o la de un demonio bueno, que a todas partes me acompaña. Puesto que Sócrates[3] tenía su demonio[4] bueno ¿por qué no había yo de tener mi ángel bueno, y por qué no tendría, como Sócrates, el honor de alcanzar mi certificado de locura[5], firmado por el sutil Lélut[6] y por el avispado Baillarger[7]?
 
Esta diferencia existe entre el demonio de Sócrates y el mío; que el de Sócrates no se le manifestaba sino para defender, avisar o impedir, y el mío se digna aconsejar, sugerir, persuadir. El pobre Sócrates no tenía más que un demonio prohibitivo; el mío es gran afirmador, el mío es demonio de acción, demonio de combate.


 
Su voz, pues, me cuchicheaba esto:
“…Sólo es igual a otro quien lo demuestra, y sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla”.
 
Inmediatamente me arrojé sobre mi mendigo. De un solo puñetazo le hinché un ojo, que en un segundo se volvió del tamaño de una pelota. Me partí una uña al romperle dos dientes, y como no me sentía con fuerza bastante, porque soy delicado de nacimiento y me he ejercitado poco en el Savate[8], para matar al viejo con rapidez, le cogí con una mano por la solapa del vestido, le agarré del pescuezo con la otra y empecé a sacudirle vigorosamente la cabeza contra la pared. He de confesar que antes había inspeccionado los alrededores en una ojeada, para comprobar que en aquel arrabal desierto me encontraba, por tiempo bastante largo, fuera del alcance de todo agente de policía.
 
Como en seguida, de un puntapié en la espalda, bastante enérgico para romperle los omoplatos, acogotara al débil sexagenario, me apoderé de una gruesa rama que estaba caída y le golpeé con la energía obstinada de los cocineros que quieren ablandar un 
beef steak.
 
De repente - ¡Oh milagro!, ¡oh goce del filósofo que comprueba lo excelente de su teoría!- vi que la vieja armazón de huesos se volvía, se levantaba con energía, que nunca hubiera sospechado yo en máquina tan descompuesta, y con una mirada de odio que me pareció de buen agüero, el decrépito malandrín se me echó encima, me hinchó ambos ojos, me rompió cuatro dientes, y con la misma rama me sacudió leña en abundancia. Con mi enérgica medicación le había devuelto el orgullo y la vida[9].
 
Le hice señas entonces, para darle a entender que yo daba por terminada la discusión, y, levantándome tan satisfecho como un sofista del Pórtico, le dije:
“… ¡Señor mío, es usted igual a mí! Concédame el honor de compartir conmigo mi bolsa; y acuérdese, si es filántropo de veras, que, a todos sus colegas, cuando la pidan limosna, hay que aplicarles la teoría que he tenido el dolor de ensayar en sus espaldas”.
 
Me juró que se daba cuenta de mi teoría y que sería obediente a mis consejos.


 

[1] Charles Pierre Baudelaire fue un poeta y ensayista francés del siglo XIX, considerado el padre espiritual del “decadentismo” que aspiraba a escandalizar a la nueva "élite" social de la burguesía. El escritor estableció para la poesía una estructura basada en las "correspondencias", es decir, la narración de sensaciones representativas de la caótica vida espiritual del hombre moderno. Es por esto por lo que, a menudo se le acredita de haber acuñado el término modernidad para designar la experiencia fluctuante y efímera de la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad que tiene el arte de capturar esa experiencia.

[2] Baudelaire hace referencia tácita a la obra política y económica “Manifiesto del Partido Comunista”, escrita por Karl Marx y Friedrich Engels, el cual se publicó por primera vez en febrero de 1848, en una primera edición impresa en Londres. El escritor francés al ser un traductor profesional del inglés, menciona el auge que tuvo esta obra en Inglaterra y no en Francia, ya que la defensa del levantamiento comunero de París por parte de Marx, lo llevó a ser considerado un líder subversivo temido por los gobiernos, por lo que su obra fuese censurada por muchas décadas.

[3] Un filósofo clásico griego considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía de las civilizaciones occidentales, como del resto del mundo. fue maestro del filósofo platón, quien a su vez fue maestro del filósofo Aristóteles, siendo estos tres los representantes fundamentales de la filosofía de la antigua polis de Atenas.

[4] Este es un error de Baudelaire al confundir al “daimón” de la filosofía moral de Sócrates, con el “demonio” propio de las religiones monoteísta. Este es un tema histórico de suma importancia, porque fue la causa del “Juicio de Sócrates”.  El “daimón” hacía referencia a la intuición personal que advertía sobre varios acontecimientos posibles.

[5] La divulgación de su creencia en el “daimón” fue malinterpretada, incluso hasta nuestros días con la concepción cristiana del “demonio”, y por esto Sócrates fue acusado de introducir nuevas deidades y corromper la moral de la juventud de la poli ateniense, lo que llevó a la pena de muerte en el año 399 antes de Cristo.

[6] Louis François Lélut fue un médico y escritor francés que vivió en la época de Baudelaire, siendo este autor de numerosas obras sobre medicina, pero principalmente de psicología, de ahí su referencia en el poema.

[7] Jules Gabriel François Baillarger fue otro francés contemporáneo de Baudelaire, siendo de los más respetados neurólogos y siquiatras de su época.

[8] El savate, es un estilo de combate callejero francés surgido en el siglo XIX que, adquiere su nombre etimológicamente de la palabra para designar el calzado pesado que, se solía usar durante los combates de la época. En la actualidad, su variación deportiva similar al "kickboxing" es llamada boxeo francés, de ahí el error común de traducción. Las técnicas que utilizó Baudelaire contra el mendigo eran puñetazos burdos, propios del boxeo inglés de su época.

[9] Este poema corto de Baudelaire, podría ser la inspiración principal para la también obra literaria de “El Club de la Pelea”, escrita por el estadounidense Chuck Palahniuk en 1996. En la obra y posterior adaptación cinematográfica, muchos hombres deprimidos sólo pueden encontrar propósito en su vida al unirse a un culto de terroristas mesiánicos que, reclutan a sus miembros a través de peleas callejeras.


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